
Hace apenas tres semanas, como tantas otras muchas personas del país, tuve la oportunidad de disfrutar de aquello tan esperado: libertad y conexión con lo natural. En mi caso, me considero una persona agradecida a la vida, vivo donde siempre he soñado, en el campo; y me dedico a lo que realmente me gusta y a lo que he decidido como un modo de vida: la consciencia y cuidado del cuerpo, mente y espíritu con distintas disciplinas internas.
No obstante, aunque me encontraba bien, pude comprobar una vez mis pies descalzos pisaron la arena dorada por los últimos rayos de sol de esa tarde, que ese, mi primer contacto tras el confinamiento con el mar, tenía unos matices muy especiales de lo habitual. Mi corazón, mi ser entero, expandía su voz a la lejanía de los cuatro vientos , que se perdía con la línea del horizonte del mar, aquel que conecta con otros mundos.
Entre tanta belleza, tanto matiz mezclado de tonos azules, ocres y dorados, unidos a esa fuerza intacta del mar que se fusiona por momentos con la calma apaciguadora que me permite retornar al equilibrio y escucha interna, mi mirada se dejaba perder totalmente asombrada. Parecía como si la propia naturaleza dispusiera de una paleta de colores con los que pintar aquellas maravillas que mis ojos agradecidos tenían la oportunidad de ver. Y de tanta belleza junta, brotó en mi corazón el agradecimiento a la vida; tenía ganas de llorar de emoción y pude comprender el significado de la palabra Libertad, tan solo mirando el mar y explorando lo sucedido semanas atrás. Lo agradecidos que hemos de estar por el simple hecho de estar vivos, ya que ello nos da la oportunidad cada mañana de ver la luz dorada del sol, la oportunidad de perdonar y ser perdonados, de corregir fallos o aquello que nosotros consideramos un «error». Mientras estemos vivos, siempre podremos dar forma a nuestra vida. A veces no es fácil, por supuesto, pero con constancia, determinación, escucha y mucho amor, se consiguen pasitos que poco a poco van marcando el camino, el TUYO.
Y como era de esperar, la fuerza del mar me llevó a conectar con la energía de mi cuerpo y respiración. El mar habla, la naturaleza entera nos comunica, tan solo hay que acallar la mente y abrir el corazón para la escucha de su lenguaje. Así es, como el mar y todo su conjunto paisajístico que lo rodea, me invadió con su lenguaje. El retorno de las olas, ese ejercicio de chikung que incrementa mi fuerza física y sexual, aquel que libera mis miedos surgió de manera inesperada. Inspiro, me lleno de su fuerza; espiro se sueltan miedos creando una liberación de lastres pesados. El mar saca a la orilla lo que sobra de mí con cariño, el mar retorna de nuevo a las profundidades para llenarme de su esencia y fuerza.
El mar esa tarde me guió en la forma y el sentir de los distintos movimientos energéticos de yoga y chikung, aquellos que necesitaba mi interior en esos momentos. Y CONFÍO en su verdad, que conecta con mi verdad.
Con agradecimiento al mar, por su ayuda y sanación de todos estos años.
Esther Tomás, 4 julio 2020